Sábado, 9 de la noche, había quedado con mis amigos para ir a cenar y luego al botellón.
Después de cenar nos dirigimos todos hacia un parque donde todos los fines de semana se reúnen los jóvenes, hacia mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien. Llegue con la idea de beber sólo una copa, pero a la primera le siguió la segunda y así hasta llegar a la quinta.
La primera hora la recuerdo a la perfección, todos nosotros nos sentamos en un banco y empezamos a recordar viejas historias de nuestra infancia, hasta conseguir llorar de la risa.
Después de esto mi mejor amiga y yo, ya un poco contentas, fuimos a dar una vuelta por el parque para ver qué gente había. Estuvimos un rato con unos amigos del colegio, bailando al son de la música que uno de ellos tenía en el móvil, ahí me acuerdo de sentir un pequeño mareo.
Las horas siguientes ya no las recuerdo tan bien, me tambaleaba al andar y cualquier cosa era motivo para reírme a carcajadas. A partir de éste momento ya no recuerdo nada más.
Domingo por la mañana, lo único que sentí al levantarme fue un fortísimo dolor de cabeza que me machacaba, me levanté, fui a la cocina y me di cuenta de que mi padre no me hablaba, no me atreví a decir nada.
Directamente fui a mi habitación y llame a mi mejor amiga, ella me explicó que la noche anterior me había puesto fatal, hasta el punto de ir insultando a la gente que me caía mal, que entre ella y otro amigo nuestro me tuvieron que traer a casa en brazos, y que mis padres me llevaron a la cama sin poder creer lo que estaba pasando.
No me había sentido tan avergonzada en mi vida, ¿Cómo por culpa del alcohol había llegado a ese extremo?
La experiencia que tuve ese sábado me hizo recapacitar completamente, claro que volví al botellón, pero a partir de ahí aprendí que hay que tener un poco de cabeza, porque el botellón no es tan malo como dicen y beberte una copa de vez en cuando tampoco, siempre que lo hagas de forma controlada.
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